Las Gracias de Mónaco, como las tres Gracias de Rubens, son todo un icono de belleza. La siempre recordada princesa Grace, diosa de Hollywood de los años cincuenta, que da nombre a este grupo de bellas; sus hijas, las princesas Carolina y Estefanía, reinas de corazones, y su nieta mayor, Carlota Casiraghi, digna heredera del encanto y sofisticación familiar, integran hasta ahora el privilegiado clan. Pero pronto se unirá a ellas un nuevo miembro: Charlene Wittstock. El príncipe Alberto dará al fin este verano al pequeño gran Principado la Princesa tan aclamada durante años por los monegascos, una nueva Gracia para Mónaco. Como todas ellas con enorme poder de seducción, porte aristocrático y elegancia natural, pero también con cabello de oro y ojos de cielo que recuerdan especialmente a la admiradísima Grace Kelly, fundadora del club. La prometida del Príncipe potencia su parecido (sobre todo a raíz de su anuncio de compromiso) en cada aparición pública con poses, looks, peinados, maquillajes... haciendo las delicias de sus conciudadanos. Fue así desde el principio. Desde que el soberano presentara a su novia en las Olimpiadas de Invierno en Turín de 2006 dejándose fotografiar como dos espectadores enamorados, no sólo no ocultó su amor, sino que además le hizo un sitio en numerosos actos oficiales y ella, con permiso de las princesas Carolina y Estefanía, ejerció de manera impecable su improvisado papel de Primera Dama. Y Mónaco cayó rendido a sus pies como lo hiciera cincuenta años antes y vio con buenos ojos que Charlene ocupara el hueco que dejó un día la princesa Grace.