Una lluvia de pétalos de rosa, vivas y aplausos recibieron a los príncipes al final de la ceremonia religiosa en la plaza del palacio principesco. Tras la bendición, Alberto y Charlene se subieron a un coche, un Lexus LS 600h L modificado de forma original para este día (la parte de los pasajeros descubierta) para recorrer la avenida de la Porte-Neuve, el Puerto y Boulevard Albert II y sentir el calor de los monegascos. La pareja se dirigió a la iglesia de Santa Devota, la patrona de Mónaco, para ofrecer el ramo de la novia en una breve ceremonia oficiada por monseñor Fabrice Gallo.
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Fue entonces cuando pudimos ver a una Charlene, hasta ese momento contenida, muy emocionada. Mientras sonaba el himno a la Virgen María, Charlene ha roto a llorar, sin poder contenerse, un gesto espontáneo de la novia que se había mostrado un tanto nerviosa durante la ceremonia. Su marido, el príncipe Alberto, ha respondido al sentimiento de su mujer con unas leves caricias en su mano, con las que ha intentado tranquilizarla. Con una mirada y un comentario lo ha logrado.
Ya más calmada, tras enjugarse el llanto con un pañuelo y escuchar la oración a la Santa en el interior del templo, Charlene ha salido sin soltar el brazo de su marido a la puerta. Allí les esperaban decenas de ciudadanos que pudieron presenciar el segundo beso de la pareja que respondió así a las peticiones que les lanzaban. Charlene es ya la princesa de todos los monegascos y por eso ellos no se podían quedar sin una muestra de cariño. Así que les mandó un beso con la mano, todo es poco para corresponder al calor de todo un pueblo.